El primer coche eléctrico de la historia fue obra del inventor Robert Anderson, un empresario escocés que dotó a un carruaje de una batería no recargable que nutría el motor eléctrico del vehículo, alcanzando los 6 km/h.

Hay dudas sobre la fecha exacta, pero se sabe que fue entre 1832 y 1839, lo que sinifica que el coche eléctrico fue muy anterior al de combustión, que no se inventó hasta 1885.

La creación de Anderson sirvió de base y fue mejorada posteriormente gracias a los hallazgos de los franceses Gaston Plante, en 1865, con la invención de la primera batería recargable; y Camile Faure, quien, en 1881, logró ampliar la capacidad de esas baterías, dando pie a su fabricación a escala mundial

Fue en Francia y en Gran Bretaña donde más popularidad alcanzó en aquellos tiempos el coche eléctrico. Los retos eran el aumento de la velocidad y las mejoras en la batería. Por eso, hay que destacar un hito que tuvo lugar el 29 de abril de 1899, cuando el coche eléctrico bautizado como “La Jamais Contente” rompió la barrera de los 100 km/h, alcanzando los 105,88 km/h. De esta forma, también fue un eléctrico el primer coche en conseguir superar esa velocidad.

Estos años dorados del coche eléctrico tuvieron también su reflejo en Estados Unidos, donde cabe destacar la producción de coches eléctricos por parte de la Detroit Electric Car, empresa en la que, como curiosidad, invirtieron famosos como Thomas Edison –que mejoró las baterías– o el propio Henry Ford.

Con este panorama, a principios del siglo XX había en el mundo 19 fabricantes de coches eléctricos, llegando a acaparar, en 1911, el 90% de las ventas. A partir del año siguiente, con la introducción del motor de arranque en los vehículos de gasolina, por parte de Henry Ford, y el inicio de la producción en serie, comenzó el declive del eléctrico, que en los años 20 prácticamente quedó limitado a las ciudades, incapaz de competir con el de combustión, tres veces más barato y en un momento en que el precio del petróleo era muy bajo.

Pero fue la Primera Guerra Mundial la que propinó la estocada final al coche eléctrico, pues en la contienda el motor de combustión fue imprescindible para la maquinaria de guerra, apostando fuerte la industria por mejoras en estas máquinas, que luego se aplicaron a los coches.

El coche eléctrico cayó en el olvido y no volvió a hablarse de él hasta la primera crisis del petróleo en 1973 y ya, más cerca de nuestros días, el Protocolo de Kioto, a partir del cual el vehículo eléctrico inició su segunda era.

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